• 11/02/2023

Sarmiento y Aurelia: un amor públicamente clandestino

Sarmiento y Aurelia: un amor públicamente clandestino

Ambos estaban casados, él le llevaba 25 años y era amigo íntimo de su padre. Sin embargo, nada detuvo la pasión abrasadora. Domingo Faustino Sarmiento y Aurelia Vélez Sarsfield, hija del redactor del Código Civil, vivieron un amor clandestino que fue, en su momento, un escándalo muy sonado.

Texto de Juan Carlos Bataller sobre la base de los libros «Aurelia Velez, la amante de
Sarmiento” de Araceli Bellotta y “Cuyano alborotador” de José Ignacio García Halminton.

Venían de tiempos, lugares y mundos diferentes. Domingo Faustino Sarmiento había nacido en San Juan en 1811, apenas un año después de la Revolución. Aurelia Vélez, en el corazón de Buenos Aires, en 1836.

Los separaba ni más ni menos que un cuarto de siglo en el que habían pasado muchas cosas, entre otras, las guerras de la independencia y las luchas entre unitarios y federales

En el invierno de 1855, Domingo Faustino Sarmiento arribó a Buenos Aires. Ya era Sarmiento gran escritor y educador  aunque sus mejores páginas políticas estaban aun por escribirse. Esta vez venía a quedarse y a trabajar, a hacer política en El Nacional, el diario de Vélez Sarsfield.

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Una fría tarde de julio llegó a la casa del director del periódico, y al entrar en el escritorio de su viejo amigo la vio. Tardó un instante en darse cuenta. Habían pasado diez años desde que la conociera y la pequeña Aurelia ya era una mujer. Y si bien ni él ni ella se ajustaban a los cánones mayoritarios de belleza, hubo algo que los atrajo. El tenía cuarenta y cuatro años; ella, diecinueve.

Ese algo hizo que se conocieran y pronto se convirtieran en amantes.

Aclaremos que en aquel invierno del 55 ninguno de los dos era libre.

El estaba casado, y a disgusto con Benita Martínez Pastoriza, nacida en San Juan pero casada con un chileno y madre de Dominguito, para la comidilla de la época hijo de Sarmiento aunque reconocido por Domingo Castro, el esposo chileno.

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Aurelia Vélez

Aurelia vivía y trabajaba con su padre de regreso de una historia reciente, escandalosa y sórdida, que incluía casamiento fugaz con 17 años con desenlace trágico y vuelta a casa, sola. No de otra manera se puede leer el episodio de su fugaz matrimonio con el primo Pedro Ortiz Vélez, médico brillante, sobrino predilecto de Vélez Sarsfield, diputado como él y compañero en la Legislatura.

A los diecisiete -con permiso o sin él- se había casado, acaso enamorada y sin duda embarazada; pero abortó, no se sabe si espontáneamente. Poco después, el atribulado Pedro Ortiz la sorprendió con su secretario, Cayetano Echenique, y pese a que el joven se escondió dentro de un ropero, lo mató de un pistoletazo. A continuación, el marido tomó a su mujer del brazo y la llevó de vuelta a casa de su padre.

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Cuando Sarmiento llegó a Buenos Aires, en principio solo, la relación con Benita Martínez Pastoriza tras siete años de matrimonio no daba para más.

La apasionada y vehemente Benita era una celosa feroz, y muchas veces con motivo. Diez años menor, siempre peleó por él: por retenerlo primero; para destruirlo después. Los acontecimientos se precipitaron cuando, a principios de 1857, Benita también desembarcó en Buenos Aires, con su hijo. No es raro que, tras poner casa y familia  en la misma cuadra y vereda que los Vélez Sarsfield, en seguida descubriera las complicidades, los pretextos, las argucias de los amantes para estar juntos con cualquier motivo. Y no se calló.

Se teje entonces toda una sorda historia de amenazas que obliga a los amantes a optar, en principio, por el renunciamiento.

Benita Martínez Pastoriza

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Sarmiento le escribe a Aurelia:

«He debido meditar mucho antes de responder a su sentida carta de usted, como he necesitado tenerme el corazón a dos manos para no ceder a sus impulsos. No obedecerlo era decir adiós para siempre a los afectos tiernos y cerrar la última página de un libro que sólo contiene dos historias interesantes. La que a usted se liga era la más fresca y es la última de mi vida. Desde hoy soy viejo (.) Acepto de todo corazón su amistad que será más feliz que no pudo serlo nunca un amor contra el cual han pugnado la más inexplicables contrariedades (…) Los que tanto la aman no me perdonarían haberla expuesto a males que no me es dado reparar. Ante esta responsabilidad, todo sentimiento egoísta debe enmudecer de mi parte, y con orgullo puedo decírselo, han enmudecido».

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Parecía un asunto concluido. Pero no lo estaba. En la relación de Aurelia y Sarmiento se alternan períodos de cercanía e intimidad con largos lapsos de separación. Así, vivieron los múltiples sobresaltos de la pasión en esos primeros y accidentados seis años de Sarmiento en Buenos Aires. Cuando se separaron por primera vez, él ya tenía cincuenta y ella, veinticinco; y con ese primer desgarrón saltó el escándalo.

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“Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar”.

Carta de Aurelia

En 1861, Sarmiento fue designado por Mitre interventor en San Juan y partió solo. Para alivio paradójico de Benita, para angustia de Aurelia. Las cartas que se conservan de ese momento son las más reveladoras de hasta dónde había llegado esa relación honda y contrariada a la vez:

«Estoy pasando días horribles con tu retiro, es preciso que esto acabe. Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Sólo tengo en mi vista una falta, y es mi amor por ti. ¿Serás tú el encargado de castigarla? Te he dicho la verdad en todo. ¿Me perdonarás mi tonta timidez? Perdóname, encanto mío, pero no puedo vivir sin tu amor. Escríbeme, dime que me amas, que no estás enojado con tu amiga que tanto te quiere. ¿Me escribirás, no es cierto?».

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Y él le escribió, claro. Y muchas cartas fueron y vinieron por canales cada vez más oblicuos y menos confiables, usando a terceros como destinatarios:

«He recibido tu recelosa carta extrañando mi silencio y recordándome posición y deberes que no he olvidado -le dice él desde Mendoza, en el verano del 62-. Tus reproches inmotivados me han consolado, sin embargo; como tú, padezco por la ausencia y el olvido posible, la tibieza de las afecciones me alarman. Tanto, tanto hemos comprometido que temo que una nube, una preocupación, un error momentáneo haga inútiles tantos sacrificios. No te olvidaré porque eres parte de mi existencia; porque cuento contigo ahora y siempre. Mi vida futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo; y yo te agrego, a pesar de mi ausencia, aunque se prolongue, a pesar de la falta de cartas cuando no las reciba (…) Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir… Atravieso una gran crisis en mi vida. Créemelo. Padezco horriblemente y tú envenenas heridas que debieras curar. Al partir para San Juan, te envío mil besos y te prometo eterna constancia. Tuyo».

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En mayo de ese mismo año, una de esas cartas de amor cayó en las manos no debidas, y de la peor manera. Dominguito fue a buscar correspondencia de su padre y encontró una carta dirigida a una de ésas destinatarias falsas, una vieja -dicen- que apenas si sabía leer: es que era para Aurelia, claro.

Benita, que era amiga personal y confidente de las mujeres de Mitre, de Avellaneda, desató una tormenta que, aunque no llegó a la prensa, sí alcanzó a San Juan. Sarmiento se sintió traicionado, definitivamente herido, y el escándalo acabó con un matrimonio con Benita, muerto hacía rato.

Lo que siguió fue un largo período de más de una década en que el vínculo se afirmó sobre otras bases. Primero fueron seis largos años de separación, pero denso contacto epistolar. Sarmiento, concluido su gobierno en San Juan, partía de embajador a Estados Unidos, país del que sólo regresaría en 1868 para asumir la presidencia.

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A partir de ese momento -él tiene 57 años y Aurelia treinta y dos-, Sarmiento podrá vivir y compartir a pleno con ella el poder. Aurelia estará en todo junto a él y a su padre -será el primer ministro del Interior de Sarmiento- como ayudante, consejera, y como posibilidad de reposo para el hombre que, de regreso a su hogar, pasa cada noche por su casa tras la jornada de gobierno.

Cuando termina su mandato Sarmiento tiene sesenta y tres años y su carrera política está de algún modo acabada.

“Venga pues, juntaremos nuestros desencantos, quizás dos desencantos formen una ilusión… para ver sonriendo, pasar la vida con su látigo cuando castiga, con sus laureles cuando premia”.

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La amiga, cuando le fue posible, estuvo siempre al lado de su amado, hasta los últimos días en el Paraguay, lo acompañó con su presencia y numerosas misivas. El la invitó a pasar una temporada en el Paraguay donde había ido a buscar salud; la invitación fue aceptada pero como demoraba el encuentro, entonces Domingo le escribe:

““Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga pues a la fiesta donde tendremos ríos espléndidos, el Chaco incendiado, música, bullicio y animación. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado. Venga pues, juntaremos nuestros desencantos, quizás dos desencantos formen una ilusión… para ver sonriendo, pasar la vida con su látigo cuando castiga, con sus laureles cuando premia”.

Por tanto, la invitada viajó al Paraguay en el barco Olimpo acompañada por su hermano Constantino y una sobrina de corta edad. El maestro incansable, regaló a la niña un ejemplar del “Facundo”, autografiado; ahora ese libro forma parte de una colección histórica.

La visita referida, fue para Sarmiento, un bálsamo sin igual aunque siguieron comunicándose epistolarmente.

Sarmiento solía decir: “Una mujer es madre o amante, nunca amiga aunque ella lo crea; si puede amar se abandona como un don a un holocausto. Si no puede física o moralmente: protege, vigila, cría, alienta y guía”.