• 15/07/2023

De palabras que vuelan

De palabras que vuelan

POR AÍDA ELISA GONZÁLEZ

El volantín representaba en nuestra niñez la manera de volar con nuestras ilusiones, de espiar el cielo o el más allá y enviar cartas secretas por un hilo, sin una sola letra escrita, que se iba con el viento detrás de los sueños.

El volantín, nombre que nos viene en Cuyo desde Chile, es el mismos barrilete rioplatense, con que se practicaban guerras  (al grito de ¡lucha! ¡lucha!).  Ingresó en Hispanoamérica desde España y se halla documentado desde el siglo XVIII, aunque sostienen los estudiosos que su origen es China, dos cientos años antes de Cristo.

Volantín continúa nuestra voz para encerar las variedades del cometa (aquí en masculino), los chupinos (o sin cola) y la notable gama de colores y formas, aunque en ninguno faltaba el engrudo de harina, la caña común (rebanada prolijamente y el papel, aún de diario si se era pobre. Las técnicas eran sencillas, la época cualquiera, siempre que hubiera viento pero no ventarrón.

En el pasado el volantín inspiró la paleta dl sanjuanino Franklin Rawson, dentro de una escena urbana llena de ingenuidad muy particular que no es ni hispana ni sajona. Nuestros poetas y cantores de hoy (Hermanos de la Torre) vuelven con remembranza  en pinceladas  de vibración, como de saludo a lo que se fue para siempre.

Sin embargo, la explosión actual por la práctica del volantín se ha producido como una venganza contra el cultismo entre los hombres mayores, los abuelos y los niños, aún dentro de las grandes urbes. Las escenas de los parques de Buenos Aires resultan casos ejemplares. Este texto es de autoría del Dr. César Quiroga Salcedo (Lalo).

“La cometa” Benjamín Franklin Rawson, 1868. Óleo sobre tela. 51 x 63 cm