• 26/08/2023

De Palabras en textos de César Quiroga Salcedo

De Palabras en textos de César Quiroga Salcedo

Los gallos de riña (II parte)

POR AÍDA ELISA GONZÁLEZ

Lo cierto es que Marcos tuvo en cuenta el desgaste de sus finos y “jacas” (gallos experimentados) y creyó oportuno desmoronar a los de Doncel para lo que imaginó una habilidosa trampa que tuvo rumor de cortés bienvenida. Reconoció el punto donde los “réculos» y “parrilleros” de Doncel dormían plácidamente y desde allí despunto desde la medianoche una interminable serenata que aligeró  el sueño de los gladiadores y al día siguiente perdieron la contienda por nervios, cansancio y hurtada actitud combativa.

Nada de esto se lee en nuestros libros de historia, por supuesto. Es tradición, anécdota de las viejas familias, es leyenda. En el fondo, un rasgo de lo que trae el folclore a veces con nombres dispares o distorsionados, pues si bien es cierto que la anécdota coincide con la astucia, el carácter y un viaje a Cuyo de Marcos Juárez durante la gobernación de Carlos Doncel (1884-1887), la afición del Gallero no se compadece con el espíritu de los “regeneradores” político culturales –como Rosauro D- o con la actitud movediza de los hermanos Carlos y Pedro, persona serias y circunspectas quizá todo lo opuesto a un gallero contemporáneo.

En este caso, como ya hemos señalado en otros (dos tonadas al amparo de la historia y la tradición) debe haber un desplazamiento de nombres pero no de circunstancias. Lo importante para nosotros en este momento es señalara algo real en la alta sociedad de aquellos años –o al menos en la sociedad gobernante, de carácter criollo tradicional-.  El hecho de que el gallo de lidia era todavía un medio de diversión y pasatiempo cultivado con prestigio, una acción ponderada como el caballo y apetecida por el espíritu criollo de apostador al destino.

No podemos aún documentar las primeras acciones gallísticas en el Cuyo de la Colonia, pero no deben ser muy tempranas ni tampoco tardías. El primer reñidero de Buenos Aires fue abierto por el español José Alvarado en 1767, contemporáneamente al eficaz aficionado del Norte,  George Washington. El entusiasmo por las riñas se apoderó de casi todos los caudillos, desde Güemes hasta Nazario Benavidez, quien fue levantado preso por un reñidero particular de una amigo (San Luis, entre Sarmiento y Entre Ríos).

La Gaceta Mercantil documenta la oficialidad de los circos desde Dorrego hasta Rosas, aunque pareciera que el Dictador no fue afecto a su permisión legal.