• 10/12/2022

Los conversadores

Los conversadores

Por Juan Carlos Bataller

Lo confieso: me causan admiración. Aunque personalmente me abruman.

Estoy hablando de los conversadores. Esa raza tan especial de hombres y mujeres con una capacidad infinita para sacar un tema de conversación –en realidad un monólogo- del más trivial comentario.

Todos conocemos algún familiar o amigo con esas características.

Son a los que uno les dice buen día y tiene que estar preparado porque durante los siguientes 5 minutos van a hablar del día, del tiempo, de los 18 grados bajo cero que hacen en la Antartida.

Pero enseguida enganchan con otro tema. Y el monólogo sigue.

Uno de los temas preferidos en todos los conversadores cuasi profesionales son los referidos a la salud.

Del tiempo pasan a lo mal que les hace la humedad a los huesos. Y son otros cinco o seis minutos hablando de reumatismo, artritis, artrosis y osteoporosis.

A esta altura van más de diez minutos de charla –monólogo- y usted no ha tenido que decir nada. Pero ya comienza a abrumarse.

Ocurre que generalmente hablan de temas que sólo a ellos les interesan. Y uno a esta altura no sabe si es mejor seguir callado u opinar algo.

Ocurre que generalmente hablan de temas que sólo a ellos les interesan. Y uno a esta altura no sabe si es mejor seguir callado u opinar algo.

¡Por favor! ¡Ni se le ocurra mencionar a un médico especialista en huesos! Ese tema, el de los médicos, es una de las especialidades de los conversadores y puede llevarles diez o quince minutos, casi sin respirar, sin un punto aparte, sin un punto y coma, ¡qué digo! sin tan siquiera una mísera coma.

Ahora bien: nadie aguanta la perorata insustancial de estos conversadores durante 20 minutos.

¿Cuáles son las alternativas?

Tiene que buscar urgente una escapatoria, porque ya nuestro/a charlista seguramente enganchó con el tema de las obras sociales o de la sorpresa que Estados Unidos tenga un presidente negro.

Una posibilidad es que la suerte acuda en su ayuda y, por ejemplo, suene su teléfono celular y usted deba atender.

En ese caso trate de demorar al máximo la charla.

No vaya a decirle que habla con Belén, con Ernesto o con Laura.

Inmediatamente el conversador/a intentará que usted le envíe saludos y hasta de ser parte de la charla.

Usted simplemente, haga como que la conversación sigue con esa persona desconocida.

El conversador/a no aguanta mucho sin hablar y seguramente se cansará y buscará otra víctima.

Pero si el teléfono no viene en su ayuda sólo le queda la posibilidad de decir, con absoluta convicción, interrumpiendo al conversador y elevando el tono de la voz:

-¡Perdoname! ¿Me había olvidado que hace quince minutos debí tomar un medicamento que no puedo interrumpir. Después te veo, chau….

Oiga, en este punto es obligatorio irse lo más rápido posible. Aunque pase por mal educado y la otra persona siga hablando sola un rato.

Si no demuestra absoluta resolución el conversador no lo soltará agregándole comentarios de los que le será muy difícil desligarse.

El problema es cuando el conversador/a le toca a usted de vecino de asiento en un viaje de 14 horas a Buenos Aires, por ejemplo.

El problema es cuando el conversador/a le toca a usted de vecino de asiento en un viaje a en ómnibus de varias horas. Por ejemplo, un viaje de 14 horas a Buenos Aires.

No me diga que usted, en estos casos, se hace el que lee o duerme.

No, eso no funciona. Lo mismo interrumpirá lo que usted esté haciendo con un comentario sobre el viaje, el paisaje o el vehículo que lo transporta.

Si tiene la suerte de viajar en el asiento del pasillo, tiene una escapatoria transitoria. El baño.

Esa ida al baño le permitirá refrescarse, estirar las piernas y, especialmente, ver si hay algún asiento desocupado lejos de su vecino.

Si encuentra ese asiento, quédese allí sin remordimientos. Está científicamente comprobado que nadie puede aguantar doce horas de charla de un conversador/a.

Si todos los asientos están ocupados no tiene que otra alternativa que hablar con la azafata y decirle:

-Señorita… ¿No tiene un sedante lo más fuerte posible? Estoy muy nervioso y necesito dormir.

Si por esas casualidades la azafata le dice que sí, que tiene un sedante lo suficientemente fuerte, pídale dos pastillas. O mejor tres.

Usted dirá:  ¿qué va a hacer con tres sedantes? Eso es para que un caballo duerma tres días…

Es verdad. Usted vuelva a su asiento y tendrá ante si dos opciones.

La primera, tomárselas usted. Soñará doce horas que alguien habla a su lado pero al menos no tendrá que prestar atención a lo que dice.

La segunda opción es más interesante: tratar que su vecino/a de asiento se tome los sedantes.

¿Cómo?

Una forma puede ser engañándola y diciendo que las trajo de Estados Unidos y son un medicamento nuevo especial para viajeros pues está comprobado que un  viaje largo sentado puede causar la muerte en forma imprevista.

Le aseguro que casi todos los conversadores son hipocondríacos.

Pero si en este caso tiene la mala suerte que no quiera tomarla, trate de colocarle las pastillas en la cena o en la bebida.

Si logra su objetivo, habrá ganado la batalla.

El problema es si su hablador/a habla dormido.

Ante eso ya nada podrá hacer.

Le deseamos que sobreviva cuando llegue a Retiro.