• 02/12/2023

La nueva opinión pública

La nueva opinión pública

Por Juan Carlos Bataller

De pronto mi pequeño celular se ha convertido en uno de los misterios del mundo contemporáneo: la creación de la opinión pública.

El primer teniente gobernador que tuvo San Juan se llamó Saturnino Sarassa y tras ser recibido con campanas al vuelo y aplausos, en poco tiempo una ola de rumores acabó derrocándolo y lo obligó a huir al galope tendido para no ser linchado.

Todo se debió a un falso rumor que decía que el bueno de Saturnino estaba en negociaciones con los españoles.

Si, mis amigos, hace un par de siglos, la opinión pública se sustentaba en el rumor. Era un mundo en el que una gran mayoría de la gente no sabía leer, y eso daba crédito a las voces que llegaban por bocas ilustradas.

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Hoy eso cambió. O no. En un mundo alfabetizado, la opinión pública se sigue sustentando sobre el mismo mecanismo. Abra usted el wasap de su teléfono y advertirá que el 90 por ciento de los mensajes son reenvíos. Infinitos reenvíos.

La gente en general ni sabe ni que reenvia. Sólo se pregunta: ¿Es de los nuestros o del enemigo?

Ante esto, la información y la formación, han muerto.

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La opinión pública se sustenta sobre la verdad estadística, esa que hace que las cosas sean ciertas no por la verdad, sino por el número de personas que creen una falsedad.

Aunque esa falsedad ya haya sido dicha hace cuatro u ocho años por otros protagonistas. Para esos “reenviadores”.-entre los que puede estar la tía Lola, el bueno de mi amigo José o la prima adicta a las telenovelas de las 3 de la tarde- lo importante es el bando del que provienen, protegidos siempre por el anonimato y el camuflaje.

De nada valen las aclaraciones ni los controles de pomposos organismos que sólo ven los medios audiovisuales. Siempre habrá una opinión pública que surge precisamente del descontrol.

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Lo que antes era la pintada clandestina sobre los muros, ahora es un tik tok o un chat que nace con el mero fin de destruir a un semejante sin necesidad de argumentar, ni mucho menos de arriesgar.

La pantalla es una alternativa saludable pero siempre es susceptible de manipulación interesada. Ante eso, hoy es mucho más fácil que unos cuantos decidan lo que es políticamente correcto.

Esa presión nace de la pantalla y se instala en el torpe orden de valores de los ciudadanos que no desean informarse.

Repito: antes de darle un comparto ese vecino nuestro o el pariente que emigró a Europa, sólo se hace una pregunta: ¿Es de los nuestros o del enemigo?

Y a llorar al campito.

Pensar distinto de los rumores nunca ha estado bien visto por los defensores de la tierra. Llegan hasta a envolverse en una bandera e invocar a sus próceres difuntos mientras se escandalizan con quién corta una cadena de mensajes que simboliza la verdad.