• 02/12/2023

Injusticia

Injusticia

POR GUSTAVO RUCKSCHLOSS

Era la hora del crepúsculo, la oración, diría un paisano. Cuando, de regreso de un acto solemne, con toda la pompa de esos casos, pero con especial énfasis en la figuración de todos: personeros, damas pitucas, chupamedias y alcahuetes surtidos, despacio caminaba disfrutando de la brisa que desde el sur me enfriaba de la sesión de lucimientos múltiples y de vanidades exaltadas. Al llegar a una esquina, doblé para encaminarme por esa calle, cuando vi, a lo lejos, que alguien en una silla de ruedas se disponía a cruzar la calle por la mitad de la cuadra, casi a oscuras, porque las farolas no prendían. Apuré mi paso para tratar de ayudar. No sabía cómo, pero el instinto me apuró. Llegué cuando ya subía a la vereda de enfrente. Vi que era un muchacho que, en su elemental silla, se extrañó al verme. Le pregunté por qué cruzaba casi a oscuras y por la mitad de la cuadra, por qué era un cuerpo oscuro que se atravesaba al tránsito por el lugar más inconveniente, por qué no lo hacía por la esquina bien iluminada y por las rampas.

«Gracias, señor, por preocuparse, pero tengo diez y siete años y vivo aquí a la vuelta y casi nunca prenden las farolas cuando hacen falta, pese a los reclamos de los vecinos. Y cruzo por el medio de la cuadra porque en las esquinas no hay rampas. No sabemos por qué», dijo.

Seguí acompañando y hablando. Me dijo que le gustaría seguir estudiando computación, pero no sabía si podría. Creo que no hace falta decir que automáticamente relacioné la reunión de vanidades con la realidad de ese muchacho, que es tan ciudadano argentino como cualquiera. Mientras las luces alumbren a los «notables» y no en las esquinas, las rampas se harán solo para que ellos asciendan.