• 11/11/2023

Belleza oriental

Belleza oriental

POR GUSTAVO RUCKSCHLOSS

El kintsugi japonés no quita valor a lo roto; lo repara. Si se rompe un cuenco de cerámica, se encajan los fragmentos hasta recuperar su forma original y se unen con un barniz espolvoreado con oro. Una vez seco, con un nuevo brillo, las cicatrices doradas han transformado su esencia; ahora evocan el desgaste del tiempo y el valor de la imperfección. En lugar de disimular las líneas de la rotura, se exhiben las heridas del pasado y adquieren una nueva vida. Han ganado en belleza y profundidad; ahora son únicas.

Como ni mi madre ni la vida tuvieron suficiente oro intangible como para ponerlo sobre las fisuras que me regaló el destino, no tuve más remedio que usar costuras y adhesivos comunes como todos los mortales. La mejor de todas fue la cicatriz de la operación de apéndice, que quedó preciosa; pero no puedo andar exhibiéndola en público. Otra belleza de la familia es un hermoso jarrón chino, heredado de la abuela de mi abuela, y que no entendíamos ni nos gustaba, pero sabíamos que era valioso y lo cuidábamos mucho. Hasta que algún nieto lo rompió al tirar de la carpeta que lo lucía. Para calmar la disputa familiar, algún primo lo «recuperó» emparchándolo con poxipol gris oscuro. Realmente quedó feo. No sabíamos de la costumbre japonesa ni teníamos la habilidad necesaria, y, sobre todo, nunca hubiéramos conseguido el oro en polvo.

Ahora toda la familia conoce la costumbre oriental y lo miramos con más cariño y hasta lo vemos lindo, con nuestra reparación argentina. Todos esperamos a que algún próximo nieto lo restaure con litio, platino y un kilogramo de lomo. Adecuándonos a lo que hoy es tanto o más valioso que el oro.