• 11/03/2023

Donde comen tres no comen cuatro

Donde comen tres no comen cuatro

Por Juan Carlos Bataller

Mi abuelo solía decir que “donde comen tres, comen cuatro”, dando a entender que las puertas de la casa siempre estaban abiertas para recibir a uno más.

Y cuando en la época de los abuelos se hablaba de recibir a “uno más”, no se trataba necesariamente de una invitación a comer. Se trataba de traer otro hijo al mundo, de recibir al sobrino que venía a estudiar a la ciudad o a la madre o a la suegra que quedó viuda.

Los tiempos han cambiado. Hoy, donde comen tres no pueden comer cuatro. Y existen innumerables razones para que así sea.

La vida, especialmente en las ciudades, se fue haciendo cada vez más compleja. Basta comparar un poco para llegar a esa conclusión. Hoy todo ser humano aspira también a tener teléfono, aire acondicionado, video grabadora, equipo de audio, automóvil, multiprocesadoras y decenas de artefactos para el hogar, que hace cincuenta años eran imposibles de imaginar.

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Enviar un chico a la escuela hoy supone gastos de movilidad, equipos de gimnasia, decenas de libros y cuadernos. —veo a los chicos cargados con sus mochilas repletas de útiles y me pregunto qué ministro de Educación decidió transformarlos en bibliotecas ambulantes—, pago de cooperadora, la compra de la rifa para el viaje de fin de curso, el regalito para el cumpleaños del compañerito…

Y no hablemos de la infinidad de mensajes que llegan a los niños y presionan sobre los atribulados padres. Un niño llega hasta sentirse disminuido sino lleva “el lápiz del robot”, igual que otros compañeros, las zapatillas de las tres tiras, los vaqueros de marca, los buzos multicolores y el teléfono celular.

Ya no existen más aquellos fondos transformados en chacras y granjas familiares que tenían nuestros abuelos. Hoy, todo se compra en los supermercados y quien más quien menos, todos aspiramos a conservar los alimentos en el frezzer y cocinarlos en el horno de microondas.

Tampoco se construyen aquellas casas con habitaciones inmensas sino que, de acuerdo al número de componentes de cada familia, podemos aspirar a una vivienda de uno, dos o tres dormitorios de tres metros por tres.

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Los seres humanos necesitamos una obra social para tener derecho a la atención de la salud, debemos contratar un servicio especial para asegurarnos una atención de urgencia, asociarnos a un club para practicar deportes, trasladarnos quizás cinco o diez kilómetros para ir a nuestros lugares de trabajo, pagar abonos para ver más canales de televisión.

Ya no corre más aquello de “contigo pan y cebolla”. No, el matrimonio hoy es un desafío para valientes o temerarios. Todos los meses, inexorablemente, llegará la boleta de la luz, la del teléfono, la del gas, internet, los impuestos provinciales y municipales, la cuota del seguro del auto, la de la patente….

Ya el asadito no se hace con leña recogida en el campo o en el fondo, se compra en el mercado o la estación de servicio. Los niños no juegan más en el baldío de la esquina ni se bañan en el canal. Los deportes preferidos representan gastos de indumentaria, raquetas, patines, tablas de wind surf, bicicletas, motos.

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Nos guste o no, así es la sociedad que hemos construido o nos han construido. Una sociedad que cambia sus preferencias semanalmente. La canción de moda será una antigüedad dentro de quince días, las noticias —en esta era de la comunicación— envejecen en horas, la tecnología queda superada cuando aún no hemos terminado de pagar la última cuota de los artefactos.

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Los abuelos a lo sumo, cargaban con la libreta del almacenero.

Hoy, en estos días del IVA, de los ingresos brutos, de las ganancias eventuales, del impuesto a los patrimonios, de los descuentos jubilatorios, la cuota sindical y los aportes a la obra social, todos necesitamos un contador que lleve nuestras cuentas, un profesor de idiomas para los chicos, una maestra que los prepare para el ingreso y más de una vez, el apoyo psicológico de un profesional.

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Y ahora viene la pregunta: todo este mundo que hemos construido y del que no podemos bajarnos, está basado en los recursos económicos de cada individuo.

Un hombre sin trabajo no tiene acceso a ese mundo. Un trabajador con bajos ingresos, sólo puede compartir una mínima porción de ese mundo. Cuando las estadísticas nos indican que el salario mínimo cubre un tercio de la canasta familiar de subsistencia, no nos está planteando un problema económico sino humano. Cuando nos dice que hay un 5, un 10 o un 15 por ciento de desocupación no nos indica una fría cifra sino la dramática situación de mucha gente.

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No, los tiempos de los abuelos ya no existen.

Nuestra realidad es otra y no es tan fácil modificarla.

Lo grave es que si no entendemos ésto, si no dejamos de habitar las nubes de Ubeda, como dijo un político; si continuamos hablando en abstracto y enfrentándonos por cuestiones que nada hacen al fondo de los problemas, llegará el día en que donde comen tres podrán comer sólo dos. ¿Y qué haremos con el que sobra?.