Los gallos de riña (I parte)

Un relato apócrifo –recuperado del último cuarto de siglo XIX- dibuja una gran porción de la verdad respecto a la incidencia de los gallos de riña en la sociedad de San Juan del siglo pasado.

Es conocida la notable diferencia de caracteres existente entre los dos hermanos Juárez Celman de Córdoba; de Miguel, que llegó, después de su concuñado Roca, a ser Presidente de la Argentina (1886-1890), por ser el primer renunciante al cargo) y de su hermano mayor Marcos, temido caudillo que desempeñó cargos públicos como senador provincial, gobernador (1989-1890, también por renuncia), aunque muy conocido por tragamultas en su desempeño de comisario y jefe de policía.

Miguel representó el sumun de la generación liberal autonomista,  europeizante y anticlérica, distinguida y elegante;  Marcos en cambio continuó los hábitos campesinos del estanciero criollo, conservador y hombre de a caballo, investido de todas las dotes de  desprendimiento, campechanía y practicidad. Hasta se criticó que el vistiera botas y bombachas, según las notas periodísticas, lo que confirman las tradiciones recuperadas de viva voz, no pocas al filo de la anécdota. Tantas fueron la diferencias entre estos dos hermanos que los distritos y poblaciones bautizadas en su nombre (aún ambos en vida) recurren al distingo de doble apellido para Miguel (departamento de Juárez Celman) y el nombre y apellido para el comisario (ciudad de Marcos Juárez).

Todo esto viene a colación de los gallos de riña, porque Marcos habría sido aficionado a su crianza y alguna vez defendió la calidad de sus peleadores, desafiando a los ponderados de uno de los Doncel de San Juan, que –según esta conseja- también los habría ciado con esmero y tesón. La disputa se haría en el propio San Juan hasta donde llegarían los cordobeses, por vía del ferrocarril (recién inaugurado), según  manera digna de preservar la fortaleza de los combatientes.