La verdad no dejo de sorprenderme por el grado de agresividad que destilan los mensajes que, por distintos medios, difunden personas a las que por conocerlas podría asegurar no tienen plena conciencia de lo que hacen.
Digo esto porque es público y notorio que, supuestamente, embanderados en distintas posiciones ideológicas (repito, supuestamente), tratan al otro con descalificaciones e insultos de muy alta agresividad, casi negándoles la naturaleza de pares.
Lo que demuestra que no tendrían plena conciencia de lo que hacen es que tienen familiares, amigos, compañeros de trabajo, que entrarían en esos grupos que califican de indeseables según su fanática visión de la sociedad.
Para más, y aún peor, en la gran mayoría de los casos ellos mismos quedarían definidos en lo que parecerían repudiar, toda una irracionabilidad.
Como tengo para mí, que a los fanáticos (sin más fundamento que el fanatismo mismo) no se los puede convocar a la reflexión intelectual apelo a otros fanatismos como el de la amistad, el compañerismo, el cariño, los lazos familiares, y en nombre de ellos, pedirles cada vez que se tienten en agredir y descalificar, se pregunten si aquellos quedan comprendidos, si su intención es ofender a esas personas.
Una aclaración para aquel fanático que lea esta columna y crea que el fanático y agresivo es el otro, no es así, pueden sentirse comprendidos.
Como remedio extremo, casi como el último intento de volver a la racionalidad, decirles que la vida no es tan larga como para gastar tiempo en destilar odio, agresiones