- 12/05/2024
Revolución en la madrugada

En 1907 San Juan se transformó en un infierno que dejó 16 muertos, decenas de heridos y una escuela incendiada
Por Juan Carlos Bataller – Dibujo Miguel Camporro
Nota basada en un capitulo del libro Revoluciones y
crímenes políticos en San Juan, de Juan Carlos Bataller.
San Juan se aprestaba para la vendimia.Y ya comenzaba a sentirse el paso de los carros que transportaban la uva. Las llantas de hierro de las dos ruedas marcaban la tierra de las calles y resonaban en el empedrado, en las arterias en las que este existía. Tres mulares (uno varero y dos laderos) tiraban de cada carro. Y a veces eran cinco, otras diez y hasta veinte carros los que sumaban una caravana que llevaba la uva de las fincas hacia las bodegas. Algunos carros se dirigían a la estación del Ferrocarril Gran Oeste Argentino (Mitre y España) para descargar bordalesas con vino.
Los autos todavía no llegaban a aquel San Juan de 1907. El calor era realmente insoportable.
San Juan era poco más que un inmenso baldío salpicado por algunas construcciones, con una pequeña zona urbana y grandes propiedades agrícolas que se extendían hasta pocas cuadras de la plaza 25 de Mayo.
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En aquel verano de 1907, el día transcurría con absoluta normalidad. A partir de las 7 de la tarde comenzó lentamente el movimiento en la ciudad, vacía hasta esa hora por el calor insoportable. Pero aquella noche del 6 de febrero de 1907, sería distinta. Y muchos lo sabían. Se respiraban aires revolucionarios.
Lo que nadie preveía es que aquel San Juan con tranquilidad de eterna siesta se transformaría en un infierno en la madrugada.
Fue una revolución anunciada. Todo el mundo –oficialistas y opositores- estaban al tanto de ella. Y se habían preparado unos y otros. Tanto fue así que San Juan se transformó durante cuatro horas en un infierno
Pero vamos a la historia.
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Gobernaba San Juan don Manuel José Godoy quien integrando fórmula con don Ramón Moyano había triunfado sin oposición en las elecciones de 1905, apoyado por el oficialismo, el Partido Constitucional y el Club Unión Nacional.
El país era gobernado desde 1906 por José Figueroa Alcorta.
Los periódicos La Provincia y El Orden habían desencadenado desde un año antes una violentísima campaña contra el godoysmo.
La campaña tenía un origen: el Partido Popular, sucesor del Partido Constitucional, que conducía el coronel Carlos Sarmiento. Godoy –decían los populares- no había cumplido con los acuerdos que lo llevaron al gobierno.
A Godoy sólo le quedaba el apoyo Partido Unión Provincial que conducía el general Enrique Godoy —no eran parientes— quien se desempeñaba como senador nacional y el diario La Ley, su vocero.
Había una cuarta publicación: El Porvenir, órgano independiente de tendencia católica.

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—Nosotros podemos vencer sólo con piedras al gobierno -, decían los sarmientistas.
Pero en realidad, preparaban algo más que piedras.
El jefe de la revolución, el coronel Carlos Sarmiento, había llegado desde Buenos Aires, donde residía y los revolucionarios tenían ya todo preparado.
No eran hombres de armas. Había profesionales como los doctores Ventura Lloveras, Domingo Cortínez, Carlos Conforti, Mario Videla, Victorino Ortega –que años más tarde sería gobernador- Javier Garramuño y Augusto Echegaray. Había además gente de distintos sectores que militaban en el Partido Popular, el Partido Independiente, el Club de la Juventud y el Club Libertad.
El coronel Sarmiento tenía buenos contactos en Buenos Aires y logró que “un político muy importante” enviara a un grupo de milicianos uruguayos –en general jóvenes románticos dispuestos a luchar donde se los convocara- al mando del capitán Juan Estomba. Lo integraban Eloy Pinazzo –quien luego se quedaría a vivir en San Juan donde formó una familia-, Alberto Pereyra, José Crispino, M. Rodríguez Prado, Elbio López, Wilson Arago y Aparicio Saravia. Llegaron varias semanas antes del hecho y transmitieron sus experiencias.
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Las armas habían llegado desde Buenos Aires y Chile. Contaban con 180 fusiles Winchester o Mauser y 30 mil tiros, traídos en paquetes dentro de los camarotes del tren por la esposa de don Nilamón Balaguer. Los rifles se fueron bajando en estaciones intermedias para luego llevarlos a la ciudad en carros cubiertos con verdura. Desde ahí se repartían a los revolucionarios por los medios más inverosímiles, como un ramo de flores.
Se habían preparado también rudimentarias bombas en frascos de 200 mm. A los que se les colocaba un poco de nitroglicerina unida a un fulminante y una mecha. Luego se rellenaba el frasco con parafina para impedir la entrada de aire y se recubría con algodón y tela para que no se rompiera al lanzarlo. Se encendía la mecha y se tiraba el frasco que, por no tener proyectiles más que un efecto letal causaba ruido, incendios y tenían algún poder destructivo.

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Los revolucionarios se organizaron en cantones cuya acción respondía a un plan estratégico.
La Junta Revolucionaria, integrada por Sarmiento, Augusto Echegaray, Guillermo Yanzi Oro, Eleodoro Sánchez, Juan R. Cambas, Saturnino de Oro, Ventura Lloveras, Remigio Ferrer Oro, Victorino Ortega, Nilamón Balaguer, Estanislao Albarracín y Carlos Conforti, dispuso que el movimiento se produciría en la noche del 6 al 7 de febrero.
Se formaron los cantones:
>Sarmiento guiaría el cantón que partiría del domicilio del doctor Carlos Conforti, ubicado en calle Rivadavia frente a la Catedral y que se comunicaba por los fondos con la casa del coronel, cuyo frente daba a la calle Laprida. El grupo tenía como objetivo tomar la Casa de Gobierno, ubicada en calle General Acha frente a la Plaza 25 de Mayo y contaría con el apoyo de otro cantón conducido por Francisco Aguilar.
>Otros dos cantones, integrado por 15 hombres dada uno se reuniría en la casa de Ignacio Sarmiento, en la calle 9 de Julio. Estaban al mando del comandante Juan R. Cambas y Domingo Cuello y debían tomar la Central de Policía, ubicada en Tucumán y Santa Fe.
>Sobre la guardia de cárcel –ubicada en calle Mitre y Tucumán, al lado de la iglesia de la Merced- debían actuar dos cantones. Uno, al mando de Estanislao Albarracín partiría desde la farmacia Fénix, situada en calle General Acha, frente al colegio Santa Rosa y otro, al mando de Nilamón Balaguer, con miembros del Club de la Juventud.
>Sobre la imprenta del diario oficialista la Ley debía actuar un cantón al mando de Agenor Benítez, que debía reunirse en el periódico opositor El Orden.
>Desde la casa de Juan Radiff, en Córdoba y General Acha, saldría otro comando a cargo del capitán uruguayo Estomba, que apoyaría a los grupos.
A las 12 en punto el coronel Sarmiento mandó a Benjamín Segundo de la Vega a recorrer los cantones, a los que debía pasar el santo y seña -la palabra “libertad”- quien regresó una hora mas tarde.
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—Permiso, coronel. Aún falta que llegue gente a los cantones pues la policía está haciendo un severo control.
—¿Cuál es la situación?
—El cantón de Agenor Benítez no se ha reunido por el arresto de su jefe y tampoco se ha podido organizar el de Francisco E. Aguilar por detenciones que ha hecho la policía.
—¿Qué pasó?
—Los descubrieron repartiendo los distintivos.
Los distintivos eran boinas vascas de color rojo. Entre los detenidos del día anterior figuraba también el médico Ventura Lloveras, hombre que en los años siguientes tendría destacada actuación en el radicalismo.
—¿Qué ocurre con el cantón de Balaguer?
—No pudimos comunicarle el santo y seña porque la casa está rodeada de agentes de policía.
—¿Algo más?
—Sí señor, parece que se viene una tormenta bárbara…
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A las 3 de la mañana debía estallar la revolución.
A esa hora en punto el comandante Cambas y Alberto Cuello, que contaban con 30 hombres –quince cada uno— comenzó a marchar por la avenida 9 de Julio y dobló hacia el norte por General Acha.
Al llegar a la calle Córdoba divisaron a un policía.
—¡Alto. Quién vive! –, se escuchó en la noche.
La respuesta fue una cerrada descarga que se sintió en toda la ciudad. Hicieron prisionero al policía al que le quitaron el Remington y cien tiros.
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Nilamón Balaguer había llegado a las 12 de la noche con dos hombres y sus cinco hijos. Esperaban contar con cien efectivos y sólo estaban amigos de otros cantones. Poco antes de las 3 fue descubierto el cantón y debieron huir por los fondos a la cochería de Luis Arévalo. Allí escucharon las descargas de fusilería y comenzaron a marchar hacia la cárcel.
Llovía a cántaros y las ropas empapadas dificultaban los movimientos. Pero experimentaron una sensación de alivio al encontrar en el camino la caballada del escuadrón de Seguridad de la policía sin jinetes y huyendo.
Los integrantes del grupo se abrieron en abanico para reencontrarse en el atrio de la Merced y dirigirse hacia la calle para tomar la guardia de cárcel. Pero se llevaron una gran sorpresa. El jefe de la cárcel había acordado con los revolucionarios entregarse sin ofrecer resistencia. En lugar de eso, los recibió una cerrada descarga.
Al jefe lo habían descubierto y estaba encerrado en un calabozo de la Central de Policía
Quisieron volar la puerta de la cárcel con bombas pero… ¡con la lluvia se habían mojado las mechas! Y no pudieron encenderlas.
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Para colmo desde los techos de la Merced les disparaba. Y también desde la cárcel y desde una vivienda ubicada frente a la cárcel.
A todo esto, Sarmiento y sus seguidores no habían tenido problemas en tomar la Casa de Gobierno y ya estaban instalados allí. Pero no era fácil la situación. Los grupos de Cambas y Cuello se tiroteaban furiosamente con los soldados de la policía y amigos del gobernador quiénes ocupaban la Central con más de 150 hombres.
Desde la parte alta de la Escuela Normal de Varones, que funcionaba en el edificio de la Escuela Sarmiento ubicado al lado de la cárcel, también disparaba la Policía. Y en la otra cuadra, Mitre y Tucumán, el tiroteo era sin cuartel.
Cosa curiosa. Mientras la lucha se desarrollaba, un regimiento del Ejercito, apostado en la plaza se mantenía ajeno al combate.
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Salió el sol y la situación era desesperante para los revolucionarios. Una idea salvadora cambió el panorama:
—Hay que incendiar la Escuela.
La escuela Normal de Varones funcionaba en el edificio de la escuela Sarmiento, en la esquina de lo que hoy es General Acha y Santa Fe, donde actualmente funciona la escuela Antonio Torres. Es decir, el edificio estaba pegado al antiguo cuartel de San Clemente, ocupado por la Central de policía.
Era junto a la Catedral y la Casa de Gobierno uno de los tres mejores edificios la ciudad. Había sido construida por Camilo Rojo 40 años antes y en el frente tenía columnas con capiteles y rejas de hierro.
Las llamas pronto cubrieron las paredes.
—Basta, esto no puede seguir. Esta gente está dispuesta a todo.
El gobernador Godoy había dispuesto rendirse.
Sólo quedaba un paso formal: negociar las condiciones de la rendición
Llamó a su ministro Darío Quiroga y conversaron algunos minutos.
Luego Quiroga buscó al doctor Ventura Lloveras que estaba detenido en la cárcel desde el día anterior.
—Doctor Lloveras, el gobernador le solicita que me acompañe para ofrecer la rendición del gobierno a las fuerzas que usted integra.
Quiroga y Lloveras salieron del edificio de la cárcel con una bandera blanca.
Cesaron los disparos.
Los hombres llegaron a la esquina de General Acha y doblaron hacia el norte, rumbo a la Casa de Gobierno.
El edificio en llamas, el silencio que se produce después de una batalla y los pasos de Lloveras y Quiroga caminando por el medio de la calle con la bandera blanca en alto, constituían una escena digna de una película sobre el lejano oeste.
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En la Casa de Gobierno se pactó la rendición y entregaron los cuarteles con sus armamentos.
El acuerdo se respetó hasta en sus mínimos detalles.
Inmediatamente acordada las condiciones, se ordenó la libertad a todos los detenidos y se les dio seguridad a los gobernantes.
Victorino Ortega y Saturnino de Oro, miembros de la junta revolucionaria, acompañaron al gobernador depuesto hasta su domicilio en una victoria, los famosos coches de plaza.
Al llegar Godoy a su domicilio –cuenta Horacio Videla— había gente dispuesta a silbarlo. Ortega se adelantó y dijo: “Viva el señor Manuel José Godoy” por lo que la rechifla se transformó en respetuoso silencio mientras Ortega, sombrero en mano, se despedía del mandatario depuesto.
Se había combatido durante varias horas. Se habían disparado miles de tiros. Se habían tirado bombas e incendiado un edificio símbolo, todo en un radio de una manzana. Sólo hubo 16 muertos, gracias a la mala puntería de policías y revolucionarios. Y no quedaban detenidos.
El pueblo elige
Tras la rendición de Manuel Godoy, el pueblo se reunió ese mismo día en la plaza 25 de Mayo. Se realiza un plesbicito y se resuelve declarar caducos todos los poderes de la provincia, nombrándose un gobierno provisorio, presidido por el coronel Sarmiento, acompañado por Saturnino de Oro y Juan Luis Sarmiento.
La junta designada hace sus primeros nombramientos: designa secretario general al doctor Carlos Conforti, jefe de policía al comandante Juan R. Cambas y jefe de guardiacárceles a Alberto Cuello, además de subdelegados en los departamentos.
A todo esto en Buenos Aires, el doctor Benito Villanueva, presidente interino de la República, enterado de lo que sucede en San Juan, convoca al gabinete y declara intervenida la provincia, designando jefe de policía provisorio al teniente coronel Ramón González, jefe del Batallón 4 de Infantería.
El 15 de febrero llega a San Juan el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, doctor Cornelio Moyano Gacitúa, designado interventor federal.
Asume su cargo e inmediata,mente declara en comisión al Poder Judicial, declara caducos todos los poderes existentes en la provincia antes del 7 de febrero y convoca a elecciones para el 2 de abril para elegir vicegobernador, senadores y diputados.
Qué fue de ellos

Coronel Carlos Sarmiento
Intervenida San Juan, el 2 de abril se convoca a elecciones de vicegobernador, senadores y diputados provinciales. El coronel Sarmiento resulta electo senador y ocupó la presidencia del cuerpo. En enero de 1908 fue electo gobernador, llevando como compañero de fórmula a Saturnino de Oro, el que fallece al poco tiempo. Tras ser uno de los gobernadores más progresistas de su época, Sarmiento murió en 1915, con sólo 54 años.

Manuel José Godoy
Al ser derrocado, no sólo perdió Manuel Godoy el gobierno de la provincia sino que se derrumbó como persona tras el suicidio de su hijo y principalísimo colaborador de su gestión ocurrido poco después. Alejado de la política pasó sus últimos años, hasta que falleció a los 75 años, en 1920.

General Enrique Godoy
La influencia del general en la política sanjuanina terminó con la revolución. No obstante, él continuó en Buenos Aires, cumpliendo con sus funciones de senador nacional. Una semana después de completado su período como senador, falleció en la Capital Federal, el 18 de mayo de 1912, a los 62 años.