• 06/10/2024

JUANA LA LOCA

JUANA LA LOCA

La reina que murió por amor

Dicen que Juana sólo fue feliz en su niñez, con sus hermanas María y Catalina. Aprendió a montar, a dominar instrumentos musicales, a danzar, y fue tan precoz como apasionada lectora.

Pero además fue preparada para reinar. El siciliano Lucio Marineo Sículo, historiador y profesor de griego y latín, la adiestró en esas disciplinas. Y Beatriz Galindo, La Latina, escritora y humanista, fue su preceptora. 

Juana nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479, donde muchos años después vivirá y pintará el genio de El Greco. Hija de Isabel la Católica y Fernando de Aragón, la sucesión real no la alcanzaba pues antes que ella  esperaban turno de trono sus hermanos Juan e Isabel y su sobrino Miguel de la Paz.

Amaba a Felipe con todas sus fuerzas, y sentía como latigazos su abandono, concretado en encuentros clandestinos –y sin disimulo– con damas de la corte, doncellas, sirvientas…

Pero, ¡cosa del destino! Los tres mueren en 1504.

Y otros comienzan a decidir por ella. Su matrimonio con Felipe, llamado El Hermoso fue, como la mayoría en la historia de la realeza, concertado por los padres: Maximiliano I de Habsburgo, y su mujer, María de Borgoña, padres de Felipe, e Isabel y Fernando, padres de Juana.

Una boda que tenía como objetivo reforzar el poder frente a Francia sin importar lo que diga Juana.

Pero la historia tiene sus idas y venidas y bastó que Juana viera a Felipe para que se enamoraran y dieran comienzo a fogosos encuentros sexuales en el Palacio o en los jardines, donde fuera.

 

Cuentan los historiadores que Isabel la Católica estalló en ira contra esa casi niña que había descubierto el sexo. Pero mal podía controlar los estallidos hormonales de Juana, siempre rebelde cuando desde muy niña aceptó los ritos religiosos.

Juana I de Castilla por Juan de Flandes (Museo de Historia del Arte, Viena).

La solución era una rápida boda. Y así fue Lier, Flandes, el 20 de octubre de 1496, en la iglesia colegiata de San Gumaro.

En ese encuentro en Lier, cerca de Amberes, Juana experimentó un cortocircuito: se enamoró perdidamente, se obsesionó sexualmente y se convirtió en una maníaca de los celos. En ese mismo instante, la pasión incontrolada y la catástrofe se instalarían en su vida, para no abandonarla.

 

Juana y su esposo con gente de la corte

Tal fue la corriente sexual que conectó a los jóvenes en ese momento, que ignoraron el protocolo y se casaron cuatro días antes de lo pactado para consumar el matrimonio inmediatamente. Para la recatada joven, Flandes se le presentó como un paraíso de placeres desconocidos, en compañía de un esposo adicto al sexo, al cual le rendía culto. Felipe no era hermoso, como lo indicaría su apelativo, sino bastante desagraciado, un físico poco atrayente, al que a los 18 años ya le faltaban algunos dientes y el labio inferior deteriorado. Sin embargo, su origen real le permitía exhibir una extensísima colección de amantes que, para desgracia de Juana, estaba decidido a multiplicar.

Ingenua en extremo, Juana creyó que el joven príncipe abandonaría su vida desorganizada al casarse con ella. Lejos de eso, sucedió todo lo contrario. Y la infanta española terminó pagando esa equivocación con su salud: la inestabilidad mental –tal vez latente- comenzó a pronunciarse, condenándola a un destino sórdido.

Amaba a Felipe con todas sus fuerzas, y sentía como latigazos su abandono, concretado en encuentros clandestinos –y sin disimulo– con damas de la corte, doncellas, sirvientas…

La proactividad sexual de Felipe la destrozaba. Sobre todo, porque Juana quedaba embarazada con frecuencia, y sus celos la llevaban a tomar decisiones riesgosas. Por ejemplo, su segundo hijo, el futuro emperador Carlos V nació en una situación poco regia. A punto de parir, Juana acudió a una fiesta cortesana para controlar la conducta de su marido, en la que tuvo una suerte de brote de celos, y entró en situación de parto. ¿Consecuencia? El futuro emperador terminó naciendo en una letrina.

El carácter de Juana era indomable, y había experimentado algunos síntomas aún antes de conocer a Felipe, que los expertos han asociado con la esquizofrenia, una enfermedad desconocida por entonces. Por entonces su confesor le escribía a su madre, la Reina Isabel: “Doña Juana tiene duro el corazón, crudo y sin ninguna piedad”.

Según cuentan los testimonios de su época, Juana llegó a sentir una angustiosa necesidad de mantener sexo constantemente con Felipe, quien no se cuidó de proclamar a los cuatro vientos que lo había hartado, y que había tomado la decisión de negarse a mantener relaciones sexuales con su esposa. La simple idea de que otras mujeres disfrutarían de lo que a ella le correspondía por derecho, pero le era negado, pronunció su desequilibrio.

 

Estatua de Juana I en Tordesillas, lugar donde estuvo cautiva en sus últimos años.

Su profundo desequilibrio emocional tuvo graves consecuencias políticas. En 1502 fue designada como heredera al trono – al que accedería tres años después, al fallecer su madre- y, si bien la relación con Felipe estaba rota, la pareja, por cuestiones protocolares, debió trasladarse a España.

El estado de Juana era tal que Isabel ordenó su reclusión en el castillo de la Mota, en Medina del Campo. Esta decisión enfadó tanto a Juana que pasó más de treinta horas en el patio, bajo una intensa lluvia, profiriendo gritos e insultos sobrecogedores.

Pero su carácter avasallador consiguió imponerse, y así consiguió retornar a Bruselas con Felipe. Allí, sorprendió a su marido manteniendo relaciones sexuales con una joven, a la que atacó armada con tijeras, y entre gritos y amenazas le dañó gravemente su cara. No satisfecha con eso, le cortó su cabello rubio, arrojándoselo a la cara de Felipe.

 

La prisión de Juana superó todo límite de crueldad. Fue prisionera a los 30 años. Hasta 1525 la acompañó su hija Catalina. Pero al casarse con Juan III de Portugal, la reina despojada quedó sola y a merced de la brutalidad y la ignorancia de los guardianes.

En su desesperación por recuperar el interés de su marido, Juana empezó a bañarse, perfumarse y cambiarse de ropa varias veces por día. También adoptó la vestimenta morisca, consistente en el uso de ropas sueltas y sensuales, exponiendo sus senos más allá de lo deseable para una reina española. Pero poco fue lo que consiguió, y las disputas violentas, los alaridos y los golpes se convirtieron en la característica de la intimidad real.

Felipe no resistió demasiado y falleció a los 28 años. Juana se negó a que fuera enterrado, y vigilaba todo el tiempo su ataúd, cuyas llaves llevaba permanentemente colgadas de su cintura, y reiteradamente abría para besar y acariciar al cadáver.

 

En la pintura se representa un momento del trayecto que doña Juana hizo con el cadáver de su esposo desde Miraflores a Granada, donde sería enterrado. (“Doña Juana la Loca”, óleo sobre lienzo, Francisco Pradilla, 1877. Museo del Prado de Madrid)

El 25 de septiembre de 1506 muere Felipe el Hermoso. En Burgos, después de jugar un partido de pelota con un capitán vizcaíno, toma una jarra de agua helada y muere a las pocas horas. Tiene apenas 28 años.
Causa aparente: neumonía. Pero también circuló la versión «asesinato por veneno». Y hasta la de «primera víctima de la peste». Es posible: ese año se desata una epidemia de peste bubónica o peste negra, como se llamó durante siglos…

Sólo se resistió a la religión. Carlos, su hijo, llegó a ordenar que si se negaba a recibir los sacramentos, la torturaran con cualquiera de los pavorosos métodos de la Santa Inquisición, hasta que los aceptara.

Juana estaba embarazada de su sexto hijo. La muerte de Felipe la derrumba. Insiste en llevar el cadáver a la cripta familiar, en la catedral de Granada. En la cartuja de Burgos ordena abrir el ataúd y obliga a toda la Corte a contemplar el cuerpo, que empieza a corromperse.

Luego lo hace subir a una carreta y empieza la peregrinación hacia Granada. En diciembre, pleno invierno, Juana va a la cabeza de la comitiva: un séquito de frailes y nobles que fatiga la llanura castellana en una procesión interminable. Noche y día, día y noche… alumbrándose con antorchas, mientras el cuerpo sigue la inexorable corrupción.

 

Vista del Real Monasterio de Santa Clara de Tordesillas

Y para más horror, la caravana se detiene en la villa de Torquemada para que Juana de a luz a su hija Catalina. Un episodio fantasmal. Rayano en la locura…

En 1509, Fernando, su padre, la recluye como una prisionera en el castillo de Tordesillas ante su extraño comportamiento. Un encierro que se prolongó durante 46 años. Tenía prohibido salir de sus aposentos, visitar el féretro de Felipe y hasta salir a una galería contigua para observar el río adyacente. En tales circunstancias, su desequilibrio mental fue incrementándose constantemente.

«La reina doña Juana «la Loca», recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina», Francisco Pradilla y Ortiz, (1906). Obra cumbre de la pintura de Pradilla, quien realizó varios cuadros con esta reina española como protagonista

A la muerte de su padre se convirtió formalmente en reina de las dos coronas el 25 de enero de 1516, aunque uno de sus seis hijos, el emperador Carlos, ejerció el gobierno. El levantamiento comunero de 1520 la sacó de la cárcel y trató de convencerla de encabezar la revuelta contra su hijo, pero ella se negó. Cuando finalmente Carlos consiguió derrotar a ese movimiento volvió a encerrarla, y luego dispuso que se le administrasen los sacramentos –a lo que ella se negaba-, incluso recurriendo a la tortura.

Murió el Viernes Santo de 1555, a los 76 años. Los dos, Juana y Felipe, yacen embalsamados en la catedral de Granada. Pero sus cabezas se inclinan, opuestas. 

Juana cayó en un total abandono de sí misma. Se negaba a levantarse de la cama y hacía sus necesidades fisiológicas en el lecho, que impedía que fuera higienizado. A los 72 años sufrió la parálisis de una pierna, su cuerpo se llenó de llagas y úlceras purulentas, y fue atacado con la gangrena. Finalmente, presa de fiebres y ataques desgarradores, el 12 de abril de 1555 terminó falleciendo esta reina que, nunca reinó, aunque formalmente fue Archiduquesa de Austria, Duquesa de Borgoña y Condesa de Flandes, entre 1495-1506, y Reina de Castilla y de Aragón, desde 1504 y 1516 respectivamente, hasta 1555.

Esculturas del cenotafio de Doña Juan y Don Felipe en la Capilla Real de Granada.