- 18/08/2024
Cuatro anécdotas de la política sanjuanina

Por Juan Carlos Bataller
(Estas anécdotas forman parte del libro Anécdotas de la política sanjuanina, el lado humano del poder)
El salto de la gobernación al senado
Las cosas habían pasado de castaño oscuro y los Constituyentes de 1.878 decidieron ponerle coto.
Ocurre que los gobernadores inmediatamente cumplían su mandato, y algunos aún antes, se hacían elegir senadores nacionales.
Aquella Constitución, que entre otras cosas creó el cargo de vicegobernador, estableció en su artículo 72 que “es absolutamente prohibido elegir para senador del Congreso Nacional al gobernador o a sus ministros hasta los dos años siguientes al día en que dejaron de desempeñar dichos puestos. El senador o diputado que contraviniese a esta disposición, quedará ipso facto exonerado de su cargo y además inhabilitado por el término de cinco años para ejercer cualquier empleo público de carácter provincial”.
El elegido senador, en cambio, quedaba “inhabilitado para ejercer puestos públicos hasta diez años después de cesar de su cargo de senador”.
Sólo un año más tarde, el gobernador Agustín Gómez propuso reformar la Constitución, especialmente lo referido al artículo 72.
Y como no podía ser de otra manera, poco después Agustín Gómez… renunció al cargo de gobernador y se hizo elegir senador de la Nación el 12 de marzo de 1880, cargo que desempeñó hasta su muerte (fue asesinado en San Juan en 1.884).
No venir a la ciudad con alpargatas
Durante la gobernación de Domingo Morón este dictó un edicto policial que fue muy comentado en su momento.
Eran tiempos en que se esperaba una pueblada de los sectores obreros, asfixiados por la situación económica imperante.
Ante ello, Morón dictó un edicto prohibiendo “el acceso a la ciudad a los grupos de más de tres personas que calzaran alpargatas”.
También prohibió el uso del poncho.
No era la vestimenta precisamente lo que temía Morón sino que le organizaran una revolución. Y que trajeran las armas bajo el poncho.
Pero cuando se le preguntó cuáles eran los argumentos para dictar el edicto, respondió con total convicción:—Porque las alpargatas y el poncho son ofensivos para la cultura de la Capital.

“Para que sufran los ricos”
Gobernaba Victorino Ortega y San Juan aspiraba convertirse en una ciudad importante.
En 1811, Ortega planeó el reemplazo del empedrado con piedra bola de las calles céntricas, obra de Nazario Benavides que continuó Virasoro —ambos gobernadores asesinados— por adoquines de madera.
El gasto fue afrontado por los vecinos, como mejora de los inmuebles por lo que se autorizó a la municipalidad a emitir 800 mil pesos en títulos denominados “bonos de pavimentación”, al 7 por ciento de interés y 10 por ciento de amortización anual.
El trabajo fue efectuado, tanto en lo que hacía a la nivelación de calles como el contrapiso de cemento y los cordones de las veredas.
Pronto, las calles quedaron hermosas, con su adoquinado de madera.
Pero hubo un detalle que los técnicos no tuvieron en cuenta: el factor climático.
Y la madera -siempre ha sido así- se hinchaba con la humedad.
A la primera lluvia de verano, el pavimento reventó.
Y pronto el agua comenzó a arrastrar los adoquines calle abajo.
El caso es que debieron pasar veinte años antes que las calles del centro de San Juan volvieran a tener pavimento.
Correspondió al gobernador Juan Maurín y el intendente Silvio Baistrocchi la tarea de pavimentar 500 cuadras con hormigón armado.
Pero en ese lapso, las calles fueron un desastre.
Y mientras más de un horno era alimentado con los trozos de
madera, las gestiones se sucedían sin éxito ante los gobiernos nacionales en busca de financiamiento.
En 1913 vino a la provincia el ministro de Obras Públicas de la Nación, Carlos Meyer Pellegrini, para inaugurar la reconstrucción del dique Nivelador. Lógicamente, las autoridades de la época aprovecharon la oportunidad para reiterar el pechazo.
Y el ministro lanzó una frase que ofendió mucho a los sanjuaninos:
—Ponerle adoquines a estas calles es como calzar a paisanos con zapatos de charol.
Tanta fue la ofensa que el ministro tuvo que aclarar que no había querido decir “paisano” sino “criollo” y agregó demagógicamente una frase para “el paisanaje”
—Dejen las calles así, para que se rompan los autos de los ricos.
Con lo que no quedó bien ni con unos ni con los otros.
El árbol vip
Como es sabido, el doctor Jorge Ruiz Aguilar, vicegobernador electo en 1983 y gobernador a partir de 1985, tras la renuncia del doctor Leopoldo Bravo, tenía fobia de viajar en avión. Los viajes a Buenos Aires los hacía en tren, que salía de la estación a las 2 de la tarde.
Cuando Bravo era gobernador, este le decía:
-Andá al aeropuerto y charlamos un rato en la Sala Vip, antes que salga el avión.
Al asumir Ruiz Aguilar, este tenía que hablar algunas cosas con Bravo y como viajaba a Buenos Aires, le pidió al jefe del partido:
-¿Por qué no charlamos ese tema en la estación? Nos veamos media hora antes que salga el tren, debajo del árbol VIP…
El árbol VIP se hizo famoso y era curioso ver a varios ministros despidiendo al gobernador cada vez que viajaba, debajo de su sombra,
protegiéndose de los rayos del sol en la siesta sanjuanina.
(Contado por Reynaldo Botella, jefe de asesores de Ruiz Aguilar)